Sólidas investigaciones demuestran los innumerables efectos benéficos que perros y gatos ejercen sobre los humanos. Aparte de darnos su amor incondicional y constituir una compañía inestimable en casos de soledad, nuestras mascotas mejoran nuestra salud física, psicológica y emocional y hacen que nos sintamos más felices y reconfortados. Muchas veces, más incluso que las personas de nuestro círculo social más cercano.
La industria de mascotas, los veterinarios, los etólogos, los médicos y los psicólogos, no dejan de repetir la importancia del vínculo entre humanos y animales domésticos como un fenómeno que va más allá de tener alguien a quien amar o que nos acompañe, especialmente en situaciones de soledad, o alguien con quien poder hablar. En la actualidad se ha demostrado que tener un animal en casa baja la presión arterial, reduce el estrés, previene las enfermedades coronarias, disminuye el número de visitas al médico y mejora la depresión, entre un buen número de aspectos positivos.
El texto más importante hasta el momento en la historia de la antrozoología sobre los beneficios de perros y gatos en la salud humana es un artículo publicado por Erika Friedmann, bióloga conductista en la Universidad de Pensilvania, en la revista Public Health Reports, en su número de Julio de 1980. En este estudio, Friedmann revelaba los resultados de investigar el rol del apoyo social en la supervivencia a los ataques cardíacos. Pidió a 92 pacientes internados en una unidad de atención coronaria que contestaran a una encuesta sobre sus condiciones de vida, sus relaciones, su situación socioeconómica y, dato importante: sobre si tenían una mascota o no. Al cabo de doce meses volvió a visitar a los pacientes para ver cómo seguían y lo interesante fue observar que el hecho de tener una mascota marcaba una gran diferencia en los índices de supervivencia. Mientras que el 28% de personas a las que se había realizado el seguimiento y que no tenían mascota había muerto a final del año, entre los que sí tenían mascota sólo habían fallecido el 6%.
Otro estudio, realizado por Karen Allen, bióloga de la Universidad de Buffalo, incidía en los beneficios de tener una mascota en problemas coronarios, en esta ocasión entre agentes estresados de Wall Street con la tensión arterial alta. Al empezar el estudio, todos los pacientes se sometieron a un tratamiento médico para bajar la presión, pero los miembros del grupo experimental adoptaron además a un perro o a un gato procedentes de centros de acogida, mientras que el grupo de control sólo siguió tratamiento médico. Seis meses después, Allen y su equipo volvieron a someter a todos los pacientes a dos pruebas de estrés: en una de ellas tenían que enfrentarse a un difícil test de matemáticas, mientras que la otra consistía en dar un discurso. Los resultados fueron impresionantes, ya que las pruebas subieron la tensión de todos los participantes, pero curiosamente a los que tenían un animal les subió la mitad que a los que sólo se habían medicado. Otro aspecto interesante es que los beneficios inducidos por las mascotas fueron mayores en los agentes de bolsa que tenían menos amigos humanos y pasaban más tiempo con su animal doméstico.
Haciendo amigos
El hecho de tener que pasear al perro a diario favorece la actividad física y los problemas metabólicos derivados de una vida sedentaria, como la obesidad, los índices de colesterol y de glucosa elevados o la diabetes tipo 2 mejorando la salud general de la persona, algo que se refleja en muchos casos en una menor asistencia al médico. Por otra parte, este mismo acto ayuda a socializarnos y a conocer a otros propietarios de mascotas con los que solemos coincidir en el paseo, algo que resulta especialmente beneficioso en personas mayores que viven solas.

En efecto, tener una mascota nos ayuda a abrir nuestro círculo relacional, a crear lazos de solidaridad y gratitud con otros propietarios y nos obliga a salir de las propias preocupaciones y a ampliar nuestra visión del mundo. La persona sola cuando entra una mascota en casa, de repente pasa a estar acompañada y tiene un motivo por el que levantarse cada día por deprimida que se encuentre; es responsable de darle de comer a su animal, de llevarlo al veterinario y atender sus necesidades básicas y recibe en contrapartida la presencia de un ser extraordinario que le hace compañía, al que puede acariciar (está demostrado que cuando acariciamos a nuestras mascotas liberamos endorfinas, las hormonas de la felicidad), que le persigue por el pasillo, se le tumba en los pies, le espera emocionado cuando llega a casa, le proporciona juego y alegría y le muestra amor incondicional en todo momento, sin juzgar ni cuestionar nada, algo que sí hacemos los humanos.
«Tener un perro o un gato como mascota durante los primeros años de vida o haberse criado en granjas con animales es un factor protector contra enfermedades alérgicas como el asma, la atopía y la rinitis alérgica en la etapa adulta, según se desprende de diferentes estudios»
Este contacto físico basado en el amor y el cuidado y la comunicación que establecemos con nuestra mascota, nos hace sentir menos solos, más útiles para alguien y también menos deprimidos. Diferentes estudios indican que los juegos con nuestro peludo aumentan nuestros niveles de oxitocina, serotonina y dopamina (las hormonas implicadas en nuestro bienestar) a la vez que disminuye el cortisol (la hormona del estrés), lo cual constituye un excelente antídoto contra la depresión.
Responsabilidad, paciencia y mayor empatía
Siguiendo con los beneficios de perros y gatos en los niños, son numerosos los aspectos que una mascota puede aportar en el desarrollo evolutivo y emocional de los más pequeños de la casa. Aprender a cuidar y a tratar con cariño y respeto a un animal implica sobre todo un desarrollo del sentido de responsabilidad. Los padres deberán explicarle a su hijo que el perro o el gato que ha entrado en casa es un ser vivo, no un juguete y que deberá tratarlo bien e implicarse en sus cuidados, como ponerle de comer, limpiar su plato, salir a pasear con él, acompañado de un adulto hasta ser un poquito mayor, o bañarle.
Laura Aguilera, psicóloga, psicopedagoga y directora del centro PAI (Psicoayuda Infantil) explica que este tipo de relación puede empezar a establecerse a partir de los 4 años ya que antes los niños son incapaces de entender la diferencia entre un peluche y un animal. Esta especialista destaca cómo el hecho de tener una mascota ayuda al niño a expresar sus sentimientos, a ganar autoconfianza, a aprender a ofrecer ayuda y protección a su mascota y a tener un mayor respeto hacia los demás seres vivos. También le ayuda a relajarse y a superar situaciones traumáticas; a desarrollar una mayor sociabilidad y empatía y una mayor sensibilidad hacia la naturaleza y el mundo animal y le aporta el conocimiento de ciertos procesos vitales: nacimiento, reproducción, muerte, duelo…
Aguilera indica que los celos por un hermano menor son más fáciles de superar cuando en casa hay una mascota, ya que el niño puede apoyarse emocionalmente en el animal e incluso contarle lo que siente. De hecho, un estudio reciente publicado en la revista científica Journal of Applied Developmental Psychology, que analizó a 77 niños de 12 años y las relaciones con sus hermanos o hermanas, demostraba que los niños experimentan más satisfacción y menos conflictos con sus mascotas que con sus hermanos, en particular los dueños de perros, debido a que las mascotas no se enfadan ante una disputa y los hermanos sí. El estudio descubrió en paralelo que las niñas tendían a albergar sentimientos más fuertes de compañía con sus mascotas pero también más conflictos que los niños debido a que revelaban más información personal a sus perros que los chicos.
Gema Salgado
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